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El periodismo, la moda y el cine según la mirada de Victoria Lescano

El universo de Victoria Lescano fusiona largas jornadas cinéfilas y un vasto repertorio literario, con un afilado ojo para lo excéntrico y la capacidad de contar historias sobre moda en cada oportunidad que la convoca. Con el norte puesto en advertir y descifrar el código del vestir, un abanico de posibilidades se despliega en cada una de sus producciones. Sumergirse en sus sagradas escrituras se vuelve menester para apreciar los entramados de las prácticas vestimentarias, deleitarse con su glosario fashion y conocer los gestos y modos del hacer de la moda nacional e internacional con especial acento en las historias detrás de los fenómenos.

 

Su interés por el lenguaje cinematográfico comenzó en la sala Lugones del Teatro San Martín y en el Cine Cosmos, donde los artilugios de Louise Brooks y las expresiones de Audrey Hepburn llamaron su atención a primera vista. El recorrido continuó en una suerte de cine club hogareño con la misión de contemplar las reliquias de los amigos coleccionistas Fabio Manes y Fernando Martín Peña, hasta llegar a YouTube y servirse de la vasta cinematografía nacional al alcance de un click. 

 

En un flashback a su niñez, a finales de los setenta, el ejercicio gráfico más primario fue recortar y pegar hallazgos que encontraba hojeando las revistas de medicina de su casa familiar en Norberto de la Riestra, provincia de Buenos Aires. Con ellos confeccionaba moodboards en su cuaderno escolar, anticipándose al coolhunting de las rarezas indispensables del devenir del diseño que, tiempo después, plasmaría en las más variopintas críticas de moda, reseñas de estilos y crónicas de desfiles. La atenta lectura de las revistas Inteview y Vogue (estadounidense), a finales de los ochenta, en lo que fue la antesala de su prodigiosa carrera como periodista especializada en moda, también configuró su universo de producción.

 

Ya saboreando la alegría de la vuelta de la democracia, se instaló en Buenos Aires luego de un viaje de intercambio a Australia. Experiencia que le dejó un nuevo look, el cabello negro súper corto, y la influencia new wave que abrazaba a la juventud de aquellas latitudes. A los años se recibió de periodista en TEA y dio sus primeros pasos formales bajo el ala de Laura Ramos, quien editaba una sección de estilos en la revista El Periodista, “nos hicimos amigas y comenzamos a recorrer la escena de Buenos Aires me mata. Sin saber mucho de moda fui para ese lado donde no se sabía bien de dónde venían muchas cosas. Un día, en una disco (Paladium), yo ya trabajando como cronista, me recomendaron el libro de Cecil Beaton El espejo de la moda. Toda esa búsqueda y esas coincidencias luego fueron madurando y muchos años más tarde se convirtió en Followers of Fashion”.

 

En casi treinta años de carrera, su acervo de producción periodística le permitió ir configurando los primeros manuscritos de Followers of Fashion, Falso diccionario de la moda, con las ilustraciones de Pablo Ramírez (Interzona, 2004), Prêt-à-Rocker (Planeta, 2010), Letras Hilvanadas (Mardulce, 2014) y Prueba de Vestuario (Ampersand, 2021), que puede leerse como la culminación de la trilogía que propone abordar el modo por el cual la vestimenta interactúa con la música, la literatura y el cine respectivamente.

 

 

¿Cómo surgió Prueba de Vestuario?

Justo este libro me cuesta fecharlo. Siento que aprendí mucho de moda a través del cine. El cine fue una influencia enorme y además fue como una gran cinemateca que me ayudó a identificar estilos de cine. Uno puede establecer una galería de estilos, como si las prendas más icónicas estuvieran representadas en el cine. Como una entrada de diccionarios. Se puede decir pantalón capri y ver a Audrey Hepburn en Sabrina (Wilder, 1954) o pensar en cuello halter y ver a Marilyn Monroe en La comezón del Séptimo año (Wilder, 1955) o vestidito negro y joyas y decir Audrey en Desayuno en Tiffany´s (Edwards, 1961). Bueno, eso desde una mirada un poco idealizada de la moda y de los íconos de la moda. Creo que inicialmente fue una fuente grande de aprendizaje y de disfrute.

 

En el libro se percibe un trabajo de investigación que incluye tu archivo personal, entrevistas y visitas a museos, pero también hablás de largas jornadas de proyecciones. ¿Cómo fue el proceso de producción?

Sí, tuve que ver mucho. Por eso me cuesta fechar un poco este libro porque ya había escrito en los ‘90 para la revista Film sobre los artificios de la moda o cuándo se montaron las pestañas postizas, y todas esas rarezas con la mirada puesta en lo extravagante, pero era cine foráneo. Incluso había entrevistado por ejemplo a Horace Lannes y a Paco Jaumandreu. Había temáticas sueltas que me interesaban pero hasta ahí había llegado. Siempre pensé que era un tema interesante, solo que antes salieron otros libros. Y luego me di cuenta de que este libro iba a cerrar una serie. No estaba todo fríamente calculado; por ejemplo, con Prêt-à-Rocker me percaté de que esa sección de los comienzos de mi carrera registraba el apogeo y aportaba mucha referencia hacia el rock en las pasarelas locales. Era un momento en el que todos los diseñadores hablaban de bandas foráneas y nacionales y también muchos diseñadores me comentaban que vestían a varios músicos locales. Se empezó a armar algo, y no me quedé con eso, sino que comenzó un laburo donde investigué quiénes eran los precursores. Ese libro fue súper arduo. No sé si la edición lo muestra. Siento que quizá no hay tanta reflexión. Ese creo que fue el más trabajoso, muchas entrevistas. En cambio, en Prueba de Vestuario, fue más material de archivo y sobre todo ver películas. Y nadie me dijo andá a ver tal, fue una exploración muy personal.

 

 

En Prêt-à-Rocker, libro que dio inicio a la saga, Lescano se concentró en grabar los estilos del rock nacional a partir de la premisa de que el consumo de dicho género estaba mediado por la imagen, esa imagen que en el mundillo de la moda digita cada nueva tendencia. Imposible olvidar los dixit de Richard Coleman, Rosario Bléfari y Andrés Calamaro cuando describen sus atavíos en la escena musical. Mención especial al apartado dedicado a los dandies que es una oda al legado sartorial que Federico Moura construyó a partir de sus intereses vanguardistas. Los inventarios detallistas de Lescano se volvieron imagen de la estética del rock local.

 

En su segundo libro, la imagen cobró vida a partir de las descripciones, modismos y estilos presentes en cada uno de los autores elegidos para la ocasión. La pasarela de Letras Hilvanadas, con las hermanas Ocampo en primera fila, mostró las creaciones de Roberto Arlt, los catálogos de diseño de Manuel Puig y relució los claritos y las bitácoras de pieles de Silvina Bullrich. Sin olvidar las crónicas de estilo de Juan Bautista Alberdi, Fray Mocho y Lucio Mansilla, las costureras de César Aira y las críticas de moda de Sara Gallardo. En una suerte de backstage, apareció el pequeño diccionario de la moda de Bioy Casares que coronó el gran compendio de escritos de moda.

 

La última entrega irrumpió en la escena local en un momento donde la moda se puso en jaque. Una industria que, cual Ave Fénix, deberá resurgir de sus cenizas respondiendo a una agenda que le demanda mejores condiciones de producción, que le exige un compromiso social y ambiental concreto, y la impulsa a ser parte fundamental de la evolución en cuestiones de género. ¿Será el arte nuevamente el refugio para el futuro del diseño? ¿Se servirán las prácticas vestimentarias de los lenguajes artísticos para modelar el nuevo código del vestir? Hacer caso omiso al estrecho vínculo entre un universo y el otro es, a esta altura, un sinsentido.

 

En las casi 170 páginas de Prueba de Vestuario, Victoria Lescano retoma la fusión entre el arte y la moda a partir del cine y la puesta en valor del oficio del diseñador, una profesión fundamental en la creación de personajes inolvidables que cristalizaron e imprimieron tendencias y estilos en las sociedades del siglo XX y en la actual. En los doce capítulos del último libro de la colección Estudios de Moda, de la editorial Ampersand (dirigida por Marcelo Marino), la autora realiza un recorte regional para rescatar el modus operandi de los vestuaristas que inmortalizaron los inconfundibles gestos autóctonos. En un recorrido arbitrario y no cronológico, una de sus marcas registradas, se retoman las estéticas tangueras impuestas por los films de Manuel Romero, el legado estético de la Rubia Mireya y, en palabras de la autora, “el charme arrabalero de Tita Merello, el porte y la fotogenia de Zully Moreno, el desparpajo indumentario de Niní Marshall, el fashionismo de Paulina Singerman y el dandismo de los villanos del cine de los años cuarenta”.

 

¿Tuviste que dejar afuera mucha filmografía para ajustar el corpus?

Algunas películas no sirvieron. Tenía un cuadernito, tuve varios, donde anotaba las películas y los datos que saqué también de los créditos. En Una Viuda Descocada (Bo, 1980) reparé que Paco Jaumandreu además actuaba. Pero bueno, hay cosas que yo ya había citado en otros libros. Por ejemplo, a Paco lo cité ya en tres libros. Lo que pasa es que ahora era imposible no hacerlo, por eso vi todas sus películas. Al comienzo su vestuario fue más gótico. Luego las de Isabel Sarli, si bien había visto varias ya, esta vez lo hice con rigurosidad y anotando todos los detalles.

 

¿Eso te divierte?

Me encanta, también pasa que al final no era tanto el vestuario sino la casi ausencia de vestuario o el uso de la lencería. En 70 Veces Siete (1962), de Torre Nilsson, donde ella está súper austera con un vestuario de Jaumandreu, es otra imagen de Sarli. Ese ejercicio es lo más lindo. En Letras Hilvanadas lo había hecho con la lectura. ¿Y sabés cuál me encanta? La Tentación Desnuda (Bo, 1966), cuando se arroja al río en El Tigre y se viste con un pijama al estilo medio pin up. Si bien no es una historia lineal, hay una suerte de organización.

 

En los apartados de la escena contemporánea aparece una filmografía más accesible.

Sí, esas películas las tenía. Lo que pensaba era cómo iba a ser el comienzo, tenía que haber algo del estilo argentino, y pensé, bueno, la rubia y la morocha, y dije la Rubia Mireya, pero para llegar hasta ahí me costó, porque no era una cuestión de preguntar usted qué opina de la morocha, sino que el objeto te interese, por eso fue mirar, mirar, y leer, leer.

 

En relación a los testimonios y a todo el repertorio de entrevistas que también son sustanciales en el libro, aparece parte de tu trabajo como cronista.

Claro, en el capítulo de Jaumandreu, por ejemplo. Cuando terminé TEA se estaba armando La Maga y Carlos Sares me ofreció hacer la sección de estilo y tendencias, la editaban Ingrid Beck y Paula Rodríguez y ahí yo escribía de modas, modos e historia de la moda y desfiles.

 

¿Y en ese metier te sentías cómoda?

Sí, esa sección la armaba yo. Hace poco vi el archivo y dije: “Uh, ya escribía de eso desde ahí, ya escribía de temas muy variados de modo semanal, de cine, etc”.

 


“Hay una palabra que jamás usaría: espectacular. No me gusta ni como suena. Prefiero cosas más pequeñas, cómo se viste el pueblo, cómo se visten las actrices.”


Entre sus inicios en El Periodista y las últimas colaboraciones para Infobae (2019), Lescano escribió en La Maga, despuntando la sección de estilos y tendencias, y en Elle Argentina. Tuvo su segmento en el suplemento de Clarín, al que tituló Enciclopedia arbitraria de la moda, y por más de una década fue columnista de moda en Las 12, del diario Página 12, en su sección Mondo Fishion. En simultáneo, el guiño constante con otros lenguajes artísticos se volvió ensayo en algunas publicaciones especializadas como la revista Film. Es que Lescano comprende la intrínseca relación entre el arte y el universo de la moda, la reconoce, la estudia, la analiza y la procesa en clave historicista y literaria. Da cuenta de las historias detrás de los hechos, pone en contexto, agrega matices, aporta cadencia y habilita una crítica de moda con la autonomía suficiente como para prescindir de sponsors o mecenas.

 

Una Vasari de la moda en clave siglo XXI que, en analogía con el arquitecto e historiador del arte, a partir de las biografías, la narración de anécdotas y el descubrimiento de leyendas y curiosidades, aporta información indispensable para comprender la identidad de cada década de moda. Sus volúmenes perfilan las vidas de los diseñadores, artistas y ahora vestuaristas en estrecha relación con las artes. “Cual portadora de una cámara tan caprichosa como analógica, lejos de detenerme en los destacados de una ostentosa y efímera alfombra roja con capturas teatralizadas mediante cámaras glam 360, preferí dirigir la mirada hacia los gestos de moda y modos menos grandilocuentes y más intimistas vinculados con los estilos del cine argentino”, comparte en la introducción de su Prueba de Vestuario.

 

Porque Prueba de Vestuario, justamente, también es una historia del cine. “El cine, desde el mismo momento de su aparición, ha provocado el surgimiento de unos ídolos populares que son imitados en su forma de vestir por miles de personas”, describió Margarita Riviere sobre uno de los sistemas por excelencia capaces de imponer tendencias, modos y modismos en la sociedad. El caso paradigmático, Hollywood, es retomado por Lescano en el epílogo “Cuando hollywood dictó la moda”. La autora propone un recorrido por la historia del vestuario desde los inicios del cine estadounidense, con David W. Griffith (Intolerancia, 1916), hasta Sofía Coppola, pasando por supuesto por Billy Wilder y Blake Edwards para no olvidar las influencias y las bases de los años dorados del cine.

 

Tus libros pueden ser leídos como volúmenes de historia de la moda o quizá como manuales de estilo de época. De algún modo, tal vez no premeditado, ponés en valor el imaginario alrededor de esos ambientes de la música, el cine o la literatura.

Sí, eso sí, modos, modismos, usos y costumbres. En Prueba de Vestuario hay una suerte de historia del cine. Me pareció fundamental ahondar en lo cultural del tango. En la presentación del libro, Gustavo Álvarez Núñez habló de lo pequeño, haciendo referencia a mis modos, y me siento identificada con eso de no buscar lo grande. Hay una palabra que jamás usaría: espectacular. No me gusta ni como suena. Prefiero cosas más pequeñas, cómo se viste el pueblo, cómo se visten las actrices.


“Encuentro en el cine o en la literatura coartadas para contar historias.”


En el libro citás varias reseñas o críticas de moda, de la revista Sintonía, por ejemplo, que eran muy crueles. Ese material resulta fundamental para completar el cómo se vestían, ¿no?

Sí, tremendas. Igual esas críticas yo las percibí muy graciosas, las pienso como un sentido de humor de la época. Es increíble cómo los estilos de moda estaban reflejados en las revistas de cine. Para mí era más riguroso que ahora, eran plumas ácidas, graciosas. Eso es lo que me enloqueció de ese capítulo, que más que un capítulo es un conjunto de reseñas.

 

Como una suerte de manual de estilo de ese imaginario construido a partir de la comunicación.

Sí, ahí elegí lo de los pantalones, porque necesitaba ver cómo relatar lo masculino y me gustaba mucho la película La Edad Difícil (Torres Ríos, 1956), con Bárbara Mujica y Oscar Robito. La historia es sobre un chico que quiere pantalones largos y la familia no le permite usarlos pero a sus amigos sí y aparece una chica que les pide los pantalones y se pelean por ese amor. Tematiza sobre cómo el niño pasa a la adultez. Luego, a partir del archivo de revistas, comencé a ver la gráfica de la Casa Braudo (famosa sastrería porteña de la década del ‘40). En esa casa te vendían un saco con dos pantalones y en una publicidad se mostraba cómo la madre acompañaba a su hijo a esa prueba de vestuario. No es que en ese capítulo escribí tanto de vestuario en el cine pero me pareció importante representar. Encuentro en el cine o en la literatura coartadas para contar historias. Para narrar lo de los estilos masculinos elegí eso porque me dio gracia y me pareció hermoso ver cómo lo habían contado, un sentido del humor para nada solemne y que en conjunto documentan un modo de artificios que me llama la atención.

 

Ponés en valor el imaginario de la época.

Claro, para ser traidor había que ser elegante. Puedo pasar mucho tiempo mirando esas revistas o mismo también contemplando los vestuarios. En el Museo del Cine tuve varias visitas para ver el patrimonio, una y otra vez, hasta que accedí a ver las prendas, otras veces eran encuentros de sólo entrevistas. También recurrí a la biblioteca del Museo del Cine y la biblioteca de la Escuela de Cine, de la ENERC. Esa biblioteca es genial y está vinculada a todas las bibliotecas del cine de Latinoamérica y todo digitalizado. De las mejores bibliotecas que hay.

 

Los capítulos dedicados a los vestuaristas resaltan la impronta de cada época del cine argentino. Desde Eduardo Lerchundi y su meticuloso trabajo de archivo y visitas a las bibliotecas, el glamour kitsch de Paco Jaumandreu y la labor de ilustrador de Horace Lannes, pasando por las lupas de María Julia Bertotto y la experiencia escenográfica de Beatriz Di Benedetto hasta llegar a los contemporáneos. Los estudios de campo de Roberta Pesci y sus excursiones por las tiendas vintage, al igual que el hacer de Julio Suárez, cuyo bagaje teatral y plástico fluyó en cada uno de sus bocetos e ilustraciones, delinearon el estilo del nuevo cine argentino, uno despojado y minimalista con acento indie.

 

¿Qué vestuario te llamó más la atención?

Muchos, difícil elegir uno solo. Creo que hay una escuela de Roberta Pesci y la búsqueda en el vintage que fue interesante.

 

Algo que se reformula hoy o quizá continúa.

Sí, sigue vigente. Habría que ver qué es lo que pasa hoy en el cine, porque en el rock hay poco vestuarismo. En el cine sí, igual creo que viene más despojado, según la trama, como se puede ver en la serie El Reino, con vestuario de Julio Suárez o el vestuario en las películas de Lucrecia Martel, Zama, por ejemplo, me encantó ese vestuario. Todas las de Burman también. Después un estilo que me gusta mucho es el de La Señora Pérez Busca Marido (Christensen, 1945) o El Ángel Desnudo (Christensen, 1946) o Nazareno Cruz y el Lobo (Fabio, 1975). Bueno, me cuesta decir una, son muchas.


“La industria argentina ya estaba muy vapuleada antes de la pandemia. Las Semanas de la Moda acá cambiaron mucho, pasaron a ser como conciertos de rock, que no está nada mal, pero es otro abordaje de la moda.”


La experiencia de realizar una producción audiovisual también la viviste en primera persona, ¿cómo surgió la idea de hacer el documental Vestidos Súper Bizcocho?

Fue una investigación que ideé y la propuse cuando me contactó la editora de moda Ana Torrejón. Ella fue curadora del ciclo Malba Moda (2005) y en esa oportunidad también estaban convocados Pablo Ramírez y Gabriel Grippo. Se proponía entablar diálogos entre tres generaciones, entonces Ana me llamó para participar y hacer una retrospectiva y, a modo de invitada, escribí el texto curatorial del espacio dedicado a Rosa Bailón y propuse hacer un pequeño documental entrevistando a sus conocidos y mucha gente de su generación, desde Juan Gatti, Felisa Pinto, Marcial Berro, Marilú Marini, Dalila Puzovio... Yo me juntaba con ellos y por eso sabía que podían aportar buenas anécdotas. No lo recuerdo bien, pero creo que yo ya tenía una suerte de archivo de Rosa Bailón que complementé con una búsqueda especial para esto. Miguel Haiat, quien era su marido, me cedió material de archivo. Rosa fue muy amiga mía, había fallecido hace unos años, entonces también fue a modo de homenaje. Por suerte ella había guardado todo su material, tenía archivos de revistas y fotografías, entonces yo me propuse mostrar ese archivo de otro modo. La idea y la investigación fue mía pero la dirección estuvo a cargo de Agustín Alberdi y Ezequiel Muñoz y se mostró en una sala junto con las prendas que busqué. Fue mucho trabajo, varias personas prestaron los diseños que conservaban de Rosita, de hecho, algunas prendas, como las que prestó Felisa Pinto, hoy en día están en el Museo del Traje. Así que fue un trabajo difícil de realizar, casi detectivesco, pero hermoso, como cuando se mezclan las emociones.

 

Fue una crítica de moda audiovisual, o quizás un fashion film. Hablando de eso, en el capítulo final abordás al fenómeno fashion film.

Claro, sí, me llamó la atención lo que estaba pasando con los cortos de moda. Para la revista Film yo había escrito sobre eso. Ver cómo se volvía género y, más allá de los fashion films que hicieron las principales marcas de moda, ahora en la pandemia estuvo y está muy vigente.

 

Si bien vos hacés un recorrido desde el principio del fashion film enfocado en la escena internacional, ¿cómo ves la realidad nacional?

Tengo la sensación de que no despegaron tanto. Kostume hizo uno con el joven (Nicolás) Puenzo. Pablo Ramírez también realizó varios. Pero creo que hay más ejercicio de estilo. La cátedra de Gustavo Lento hace muchos años hace fashion films.

 

¿Algo parecido a lo que sucede con la crítica de moda?

Confieso que no estoy leyendo muchas revistas; sí estoy atenta a la moda pero no desesperada por las noticias de moda. En cuanto a la crítica, para mí, si uno ve La Moda de Alberdi encuentra crítica de moda. Me gusta más una pose o lo que hacía Sara Gallardo en sus columnas, algo más literario o las crónicas de Felisa Pinto en La Opinión.

 

¿Ves posible eso hoy en día? Pensaba, ¿cómo definirías qué es la crítica de moda?

Bueno, sería reseñar, claro, pero si bien todos tenemos preferencias por algún u otro diseñador, para reseñar una crítica se tiene que poder dar referencias de colores o telas y poder contextualizar un poco también. Tratar de vincularlo con algún momento, con referencias al cine, a la historia del arte y a la política.

 

¿Cómo ves la moda actual?

Hoy en día el tema del upcycling es clave. Me parece que es el nuevo tema de interés y estudio de la moda. Como un momento craftivista grande. Hay quienes hacen cosas geniales, como García Bello y Chain, pero justo acá la industria está muy detonada y es difícil hablar hoy de la moda en la Argentina.

 

¿Qué futuro le augurás?

No lo tengo tan claro. Han habido muchos cambios. Es raro, la industria argentina ya estaba muy vapuleada, desde antes de la pandemia. Las Semanas de la Moda acá cambiaron mucho, pasaron a ser como conciertos de rock, que no está nada mal, pero es otro abordaje de la moda. Hubo también un recambio generacional, algunos emergentes generaron muy buenos proyectos y otros se desvanecieron. Entre los que aún se mantienen quizá tenga que ver con que están trabajando en pequeños proyectos, y lo sostienen, un poco más vinculado con los oficios. Pero me parece que aun así están haciendo cambios; por ejemplo, la diseñadora Valeria Pesqueira pasó de diseñar indumentaria a hacer dirección creativa y objetos. Quizá se están especificando más los que quieren seguir o cambiando de rumbo. Pablo Ramírez también hizo cambios. Permanece su alta costura pero también agregó una línea lista para usar. Bueno, los estilos que usamos en la pandemia también condicionaron y cambiaron el mercado.

 

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17/05/2024